Van a dar las siete de la tarde, conduzco con cuidado por la estrecha calle de Alfonso XII y, milagrosamente, encuentro un hueco donde dejar el coche a un paso del Museo de Bellas Artes de Sevilla. La primera sorpresa es agradable, soy español de España y por ese motivo no me cuesta nada la entrada a la 2ª pinacoteca de nuestro Reino.
Murillo; Zurbarán -nadie ha conseguido pintar nunca más variedad de blancos que él-, y también hay varios cuadros de su amigo Velázquez, del que ya he visto en varias ocasiones exposiciones monográficas, pero el motivo de ir al museo hoy es la exposición de 14 pinturas murales que realizó Joaquín Sorolla para la Hispanic Society de Nueva York, un encargo que le fue realizado en 1911 y en el que estuvo trabajando 8 años. Están expuestas hasta el 29 de Junio bajo el titulo “Visión de España”, y os aseguro que el pintor la vio. Allí esta Extremadura, Castilla, Guipúzcoa, Andalucía…, los españoles de la época con sus trajes y sus fiestas típicas…, la procesión presidida por la autoridad civil y eclesiástica. Entre las cabezas, un tricornio de ceremonia, y una serie de sombreros cañeros del pueblo, a los lados, que se han despojado al paso de la imagen de la Virgen sobre su trono. Algunas escenas se pueden repetir casi 100 años después, otras tal vez no, pero lo que sigue igual es la luz, esa luminosidad que tiene España y que cada mañana ilumina nuestra tierra como en ningún otro lugar del mundo, y muy pocos han sabido captarla como él.
Si, Pérez de Arenaza, recuerdo tu fuerte carácter, y los cuadros que pintabas en una de las gateras de los sótanos de Gran Capitán, con esa misma luz estrellándose en las fachadas de las casas blancas de Andalucía.
Unos días antes he tenido la oportunidad de leer las cartas que el pintor escribía a su esposa desde los lugares que iba visitando cuando buscaba escenarios, personajes, motivos para ejecutar las obras que ahora tengo delante y, a través de esas cartas se puede ver la realidad, el esfuerzo que le costó crear estas pinturas que ahora miramos con regocijo, en un momento, medio minuto, pero que para él representaron un esfuerzo titánico. Con frecuencia se encuentra con todos los elementos en contra y tiene que padecer, luchar para sacar su compromiso adelante.
La tierra y los hombres de España. Cuantas veces he recordado en la vida aquellas palabras que un día dijo el Padre Gago: “El pueblo salva a España de los españoles”. Y ahora que todos hablan del 2 de Mayo de hace 200 años coinciden en eso, ahora, repito, ahora. Fue el pueblo el que entonces se levantó contra los franceses sin seguir ninguna orden de un superior, sin jerarquía u organización previa. Los eclesiásticos, las autoridades, los gobernantes, el Rey, ninguno le plantó cara a los gabachos, fue el pueblo más o menos mísero y llano. Cuando se tiene posición, riqueza, nos volvemos dóciles, tememos perder lo que hemos conseguido, o lo que nos queda y si, además, te ponían delante a los Mamelucos que nada más verlos acongojarían un rato, a ver ¿quién se atreve?...; pues el pueblo, armado con palos, postes, aperos de labranza, para la lucha en largo, pero cuando los conseguían descabalgar y entraban en el cuerpo a cuerpo, seguro que a los mismísimos Mamelucos se les pondrían los vellos de punta cuando escuchaban el repiqueteo de los siete muelles al abrirse las cachicuernas albaceteñas, porque los nuestros no tenían nada que perder, solo la piel, y esa ellos se la regalaban a los otros españoles, sí, a los eclesiásticos, a las autoridades, los gobernantes, y por supuesto, a su Rey.
Y ese concepto de España, del pueblo y los españoles, ya nos lo anticipó el Padre Gago en sus clases, concretamente yo se lo escuché en el aula de COU-4, curso 74/75.
Y también nos hablaba de la geografía, el paisaje, su influencia en los versos del poeta. Recordando aquello me fijo en los cuadros que tengo delante, y reparo en el viento, que nadie lo pintó como Sorolla. Vivió largos periodos fuera de su hogar y lejos de su esposa a la que con frecuencia llama “mi queridísima Clotilde”.
Mariano, allá donde estés, ¡cómo te acordabas de la novia cuando estabas en la Uni!
El pintor no está contento…: “dichoso y enojoso encargo, le voy tomando un asco tremendo. Luego están los sevillanos, todo te lo dan arreglado: ¿lo-cal para pintá?, ¡ci lo hay por milé!, no-za pure usté, mañana le doy una lista de chipén…, y el mañana es que no se ha vuelto a ocupar de ná. Perdidos pues con hoy ¡¡¡tres días!!!...”.
Y también echa de menos a sus hijas: “muchos besos a María y Helena, y tu recíbelo en la boca de tu Joaquín”. El pintor tiene ya 49 años cuando escribe esto, y la vida ya se desarrolla sólo en torno a su familia y la pintura.
Hay poca gente en la exposición. Una chica joven, guapa, morena, veintipocos, micrófono en mano, se prepara para entrar en directo en un programa de televisión. Tres, dos, uno, le marcan con la cabeza.
─ Estamos esta tarde en el Museo de Bellas Artes de Sevilla… ─la chica, en un lateral dejando el frente para el cuadro, se come la cámara. El gesto algo adelantado, es rápida en sus expresiones y no titubea. Habla de la pintura del genio, de que no las pudo llegar a ver expuestas por culpa de una hemiplejia que finalmente le llevará al cabo de tres años a la tumba. La joven comienza a andar en semicírculo, pasa por delante hasta llegar al otro extremo, es entonces cuando el cámara comienza a acercarse lentamente al cuadro, ella sale de enfoque pero continua hablándole al perfil del objetivo que ya no la ve, con ímpetu y seguridad; aunque la imagen ya no la quiera, parece que no le importa, ella sigue insistiendo con unos ojos que parecen hipnotizados. Ahora, la mirada clavada en la visera negra del objetivo, y sigue trasmitiendo su fuerza a la noticia a través de la voz hasta que termina la conexión. Es en ese momento cuando baja la mirada y repasa todo lo que lleva anotado en un cuaderno cuadriculado, como los que hace poco llevaba en la facultad, comprueba que ha dicho todo, y mueve la cabeza afirmativamente. Se la ve concentrada y esforzada en su trabajo. «Muy bien, chica, como te llames». El resto del equipo, jóvenes de pantalón ancho, caído, y pelo largo algo enmarañado, recogen en silencio y con cuidado todo el material. «Bravo por vosotros, un trabajo bien echo». Me alegro.
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