domingo, 31 de agosto de 2008

6: EL DIA SIGUIENTE

Ha amanecido un buen día, estoy en el parking al aire libre, frente a la entrada principal del hotel, introduciendo el equipaje en el coche. Un tipo con traje azul marino habla por teléfono, con voz alta, nerviosa y estresada.

─ Pues aunque te haya dicho eso, él lo sabe desde hace una semana… ¿¡Qué no!?, pues se le habrá ido la pinza, pero lo hablé con él hace una semana… Sí, sí, vamos muy atrasados, tú no te preocupes del Alcalde, de ese me ocupo yo, tú tienes mucho por hacer, son 600 invitados para dentro de una semana y todavía no han salido las invitaciones, ese es tu trabajo más importante ahora… . A mí el que me tiene preocupado es Chevi, ¿dónde se habrá metido?, no es normal… Pero es que no da señales de vida, en cuanto conecte la blackberry lo tengo localizado, pero es que está apagada y ya las horas que son, debía de estar aquí hace más de una hora.

Me dirijo de nuevo al interior del hotel a liquidar la cuenta y hecho el último vistazo a aquel hombre que va dibujando eses mientras anda por entre los coches, ensimismado y absorto en sus preocupaciones, y que continua hablando con su interlocutor preguntándose: “¿dónde se habrá metido Chevi?”

Pienso que estando en Sevilla, sede central de la parafernalia andaluza, este hombre puede ser un funcionario o allegado por designación en cualquier empresa municipal u órganos adyacentes que crean los Entes Públicos donde contratan a hermanos, cuñados, primos…, y que como al Chevi, además de la blackberry, le hayan dado una tarjeta Visa con cargo a algún presupuesto que medio cuele, y haya dicho aquello de “mira, que me quiten lo bailao”, con Sevilla la nuit allí enfrente, vamos a ver cuándo y cómo aparece.

Santi, ¿sigues quejándote con ironía y alegría?

Pero el Monasterio de la Cartuja de Santa María de la Cuevas ha conseguido permanecer separado del bullicio. Conforme voy circulando veo que un automóvil va a salir de un aparcamiento cercano a la entrada de este magnífico edificio, freno, sale, el hueco, el destino, tengo buen sabor de boca del día anterior en el Museo de Bellas Artes, aparco y me voy paseando tranquilamente por el precioso camino hacia la entrada principal bordeado por lagos artificiales, verde, y algunos olivos. Se escucha el aire, los pájaros y está todo solitario.



Nada más pasar el pórtico, a la derecha está la información, puedo visitar, además del edificio propiamente dicho, varias exposiciones; el precio: 1,80 euros, de nuevo satisfecho. Al lado está la tienda donde se pueden comprar libros, objetos, lo normal hoy en día de todos los museos. Una chica en torno a 25 años, estatura media, morena, pelo corto, con chaqueta y pantalón negro, está hablando por teléfono.

─ ¿Pero qué es eso de los 400 euros? ─pregunta a quien esté al otro lado de la onda con una alegría nerviosa como si le dijeran que le ha tocado la lotería y no se lo acaba de creer─, entonces, ¿tú estas segura de que me van a dar 400 euros?

Se lleva la mano al pecho, emocionada.

Soy el único cliente, estamos solos, he cogido un libro de retratos de Steve McCurry, ese fotógrafo norteamericano que realizó esa impresionante instantánea de la chica afgana de ojos verdes. He estado ojeándolo y me he encontrado con fotos que llaman mi atención, una de un niño y otra de una niña, ambos representan tener unos ocho o nueve años y los dos son afganos, y también tienen unos preciosos ojos verdes…, pero además la tez es muy blanca, a la chica incluso se le ve algo del pelo y es rubio. «Esto no es normal allí» pienso, solo pone la ciudad en las que están hechas las fotos y el año: 1990.

«Tengo que ver cuando fue la invasión soviética de Afganistán cuando llegue a casa»

Me acerco al mostrador para pagarlo.

─ ¿Cuánto es?

─ 19,50 €.

─ Así que tú no sabías lo de los 400 euros.

La alegría y la emoción la inunda de nuevo, se lleva la mano a la boca, tapándosela.

─ No, ¡qué va!, la primera noticia ahora mismo.

Le explico como va a ser la cosa y ella mueve la cabeza afirmativamente.

─ Uff, por fin una buena noticia.

─ Está la cosa difícil.

─ ¿Difícil? Imposible.

Callo y la miro mientras le entrego un billete de 20 euros para que se cobre. Me fijo en ella, me llama la atención los dientes irregulares y los de arriba, además, manchados. Comprendo porqué antes se ha tapado la boca. Me da la vuelta y el ticket.

─ Es que no podemos, no podemos ─mueve negativamente la cabeza─ la hipoteca nos ha subido en los últimos tres años 30.000 pesetas mensuales.

A pesar de que es joven me habla en pesetas, lo pienso y es verdad, 30.000 pesetas parecen más que 180 euros, aunque sea lo mismo.

─ No nos podemos ni poner malos, como mi marido o yo demos un resbalón y nos rompamos una pierna, ya no llegamos.

Me dice que está allí a tiempo parcial, que por la tarde tiene otro trabajo, su pareja también con dos empleos. Muchos días no se ven ni para comer, y llegan a su nido de 75 metros cuadrados a las 10 de la noche, con suerte. La vivienda es de segunda mano, muy barata para lo que hay, pero para adquirirla han tenido que meterse en una hipoteca a 40 años, sus padres han firmado también para que les den el crédito, ya saben como son los bancos, coger todo lo posible y después donde más interese, o todo, llegado el caso; olvidándose, a propósito, de que cuando hay una garantía real no se puede superponer una garantía personal, estamos hablando de un crédito con garantía hipotecaria con una tasación previa por entidad competente. Pero a ellos no les ha importado, a sus padres tampoco, y las reformas que hay que hacerle al piso tienen que esperar, como el arreglo de sus dientes que, bajando la cabeza, me dice que también le hace falta.

P.D.: La invasión soviética de Afganistán se produjo el 24 de Diciembre de 1979.

miércoles, 20 de agosto de 2008

5: LA NOCHE


De nuevo aparece la lluvia en la noche de Sevilla. Queda poca gente en las callejuelas como la de San Eloy y aledañas, la zona típica donde se pueden tapear unas aceitunas bien aliñadas, jamón ibérico y un poquito de manzanilla de Sanlúcar. Ya no puedo repetir aquello que hicimos varias noches en Córdoba cuando, después de terminar COU, pasamos allí unos días inolvidables esperando que llegaran los exámenes de Selectividad.

Si, Ábalos, fue el primer año que la impusieron.

Un escollo más y no nos importó, no nos quejamos, ¡qué digo!, ¡ojalá volvieran!, porque nos lo pasamos de escándalo, con dos colchones, dos almohadas cada uno en la cama, y turnos en los que uno de nosotros iba a por el desayuno del resto de compañeros de la habitación. ¡Desayunábamos en la cama!..., y después, libres para hacer lo que quisiéramos, y claro, la querencia nos llevaba a aquellas callejas estrechas de la judería. Un bar en un patio cordobés donde nos sentábamos alrededor de un velador con piedra de mármol, las aceitunas y el fino, uno, otro y otro más, hablando, riéndonos de las ocurrencias.

Camacho, Boti, Calderón Jerónimo, ¿dónde os habéis metido?

Hasta que el toro del cartel que anunciaba la corrida que toreaba no se qué año Lagartijo, se comenzaba a mover.

─ Ya ha meneao la cabeza el toro.

Y todos mirábamos algo absortos aquel cartel.

─ Dice que sí.

─ Pues entonces una ronda más

Y nos la pegábamos, por ustedes, y sobre todo, por nosotros.

─ Que ahora el toro dice que no.

─ Seguro que nos quiere engañar, que nos vayamos para poder bajarse de ahí y tomarse él solito el vinillo.

─ Está bueno, ¿verdad?

─ De muerte.

─ El desgraciao, ¿con quién mejor iba a estar que con nosotros, el bicho este?

─ Está mu serio, ese es capaz de embestirnos.

Quillo, en cuanto alguien lo vea bajar que avise, nos va a faltar puerta por la que salir corriendo.

Nos reíamos de lo lindo, y eso que no era la última, todavía nos quedaban una cuantas más, y terminábamos brindando por el toro, hablando con él, y porque nunca se atrevió a bajar del cartel. Con el nivel que teníamos el miedo estaba sobrepasado, lo hubiéramos invitado, integrado en el grupo, hecho nuestro amigo, pasado el brazo por el morrillo, uno más, y allí habríamos estado hasta que nos hubieran echado; bueno, siempre nos tenían que decir que iban a cerrar.

No había prisas, ni problemas. Aquellos días, la vía del ferrocarril era el camino que nos ayudaba a llegar hasta la Uni sin perdernos, pegando trompicones por la cantidad de piedras que había en sus laterales, o caminando por el centro, de traviesa en traviesa. No sabría deciros por donde se iba peor, y de vez en cuando, para que no bajara el nivel, a alguno se le ocurría algo.

─ ¡El toro!, ¡que viene el toro!

Y lo decía como si de verdad viniera, con cara de haberlo visto. A veces atinó, pero confundiéndolo con el tren. Nos mirábamos los unos a los otros, que aunque ya íbamos bastante más despejados por el fresco de la noche, no parábamos de reír.

─ Éste mejor que no se bañe esta noche, se nos puede ahogar.

Sí, porque era de noche, teníamos 18 años y éramos libres. Ni siquiera un bañador; a las 2 de la madrugada, en la piscina, con la libertad que da notar correr el agua por las ingles, y con la luna allí arriba, con toda la Universidad y toda Córdoba para nosotros. Así nos sentíamos.

Joaquín, qué tal por Rota, ¿quedan todavía americanos? Niño, cuídate.

No, no puedo repetir aquello; la edad…, tengo que conducir…, por contra tampoco necesito ir andando un montón de kilómetros por una vía, tengo un coche, ahí al lado, aparcado. Bebo lo mínimo y me voy para el hotel que está en la Isla de la Cartuja, negra y extraña por la noche.

viernes, 8 de agosto de 2008

4: EL PUEBLO, ESPAÑA, Y LOS ESPAÑOLES


Van a dar las siete de la tarde, conduzco con cuidado por la estrecha calle de Alfonso XII y, milagrosamente, encuentro un hueco donde dejar el coche a un paso del Museo de Bellas Artes de Sevilla. La primera sorpresa es agradable, soy español de España y por ese motivo no me cuesta nada la entrada a la 2ª pinacoteca de nuestro Reino.


Murillo; Zurbarán -nadie ha conseguido pintar nunca más variedad de blancos que él-, y también hay varios cuadros de su amigo Velázquez, del que ya he visto en varias ocasiones exposiciones monográficas, pero el motivo de ir al museo hoy es la exposición de 14 pinturas murales que realizó Joaquín Sorolla para la Hispanic Society de Nueva York, un encargo que le fue realizado en 1911 y en el que estuvo trabajando 8 años. Están expuestas hasta el 29 de Junio bajo el titulo “Visión de España”, y os aseguro que el pintor la vio. Allí esta Extremadura, Castilla, Guipúzcoa, Andalucía…, los españoles de la época con sus trajes y sus fiestas típicas…, la procesión presidida por la autoridad civil y eclesiástica. Entre las cabezas, un tricornio de ceremonia, y una serie de sombreros cañeros del pueblo, a los lados, que se han despojado al paso de la imagen de la Virgen sobre su trono. Algunas escenas se pueden repetir casi 100 años después, otras tal vez no, pero lo que sigue igual es la luz, esa luminosidad que tiene España y que cada mañana ilumina nuestra tierra como en ningún otro lugar del mundo, y muy pocos han sabido captarla como él.

Si, Pérez de Arenaza, recuerdo tu fuerte carácter, y los cuadros que pintabas en una de las gateras de los sótanos de Gran Capitán, con esa misma luz estrellándose en las fachadas de las casas blancas de Andalucía.

Unos días antes he tenido la oportunidad de leer las cartas que el pintor escribía a su esposa desde los lugares que iba visitando cuando buscaba escenarios, personajes, motivos para ejecutar las obras que ahora tengo delante y, a través de esas cartas se puede ver la realidad, el esfuerzo que le costó crear estas pinturas que ahora miramos con regocijo, en un momento, medio minuto, pero que para él representaron un esfuerzo titánico. Con frecuencia se encuentra con todos los elementos en contra y tiene que padecer, luchar para sacar su compromiso adelante.

La tierra y los hombres de España. Cuantas veces he recordado en la vida aquellas palabras que un día dijo el Padre Gago: “El pueblo salva a España de los españoles”. Y ahora que todos hablan del 2 de Mayo de hace 200 años coinciden en eso, ahora, repito, ahora. Fue el pueblo el que entonces se levantó contra los franceses sin seguir ninguna orden de un superior, sin jerarquía u organización previa. Los eclesiásticos, las autoridades, los gobernantes, el Rey, ninguno le plantó cara a los gabachos, fue el pueblo más o menos mísero y llano. Cuando se tiene posición, riqueza, nos volvemos dóciles, tememos perder lo que hemos conseguido, o lo que nos queda y si, además, te ponían delante a los Mamelucos que nada más verlos acongojarían un rato, a ver ¿quién se atreve?...; pues el pueblo, armado con palos, postes, aperos de labranza, para la lucha en largo, pero cuando los conseguían descabalgar y entraban en el cuerpo a cuerpo, seguro que a los mismísimos Mamelucos se les pondrían los vellos de punta cuando escuchaban el repiqueteo de los siete muelles al abrirse las cachicuernas albaceteñas, porque los nuestros no tenían nada que perder, solo la piel, y esa ellos se la regalaban a los otros españoles, sí, a los eclesiásticos, a las autoridades, los gobernantes, y por supuesto, a su Rey.

Y ese concepto de España, del pueblo y los españoles, ya nos lo anticipó el Padre Gago en sus clases, concretamente yo se lo escuché en el aula de COU-4, curso 74/75.

Y también nos hablaba de la geografía, el paisaje, su influencia en los versos del poeta. Recordando aquello me fijo en los cuadros que tengo delante, y reparo en el viento, que nadie lo pintó como Sorolla. Vivió largos periodos fuera de su hogar y lejos de su esposa a la que con frecuencia llama “mi queridísima Clotilde”.

Mariano, allá donde estés, ¡cómo te acordabas de la novia cuando estabas en la Uni!

El pintor no está contento…: “dichoso y enojoso encargo, le voy tomando un asco tremendo. Luego están los sevillanos, todo te lo dan arreglado: ¿lo-cal para pintá?, ¡ci lo hay por milé!, no-za pure usté, mañana le doy una lista de chipén…, y el mañana es que no se ha vuelto a ocupar de ná. Perdidos pues con hoy ¡¡¡tres días!!!...”.

Y también echa de menos a sus hijas: “muchos besos a María y Helena, y tu recíbelo en la boca de tu Joaquín”. El pintor tiene ya 49 años cuando escribe esto, y la vida ya se desarrolla sólo en torno a su familia y la pintura.

Hay poca gente en la exposición. Una chica joven, guapa, morena, veintipocos, micrófono en mano, se prepara para entrar en directo en un programa de televisión. Tres, dos, uno, le marcan con la cabeza.

─ Estamos esta tarde en el Museo de Bellas Artes de Sevilla… ─la chica, en un lateral dejando el frente para el cuadro, se come la cámara. El gesto algo adelantado, es rápida en sus expresiones y no titubea. Habla de la pintura del genio, de que no las pudo llegar a ver expuestas por culpa de una hemiplejia que finalmente le llevará al cabo de tres años a la tumba. La joven comienza a andar en semicírculo, pasa por delante hasta llegar al otro extremo, es entonces cuando el cámara comienza a acercarse lentamente al cuadro, ella sale de enfoque pero continua hablándole al perfil del objetivo que ya no la ve, con ímpetu y seguridad; aunque la imagen ya no la quiera, parece que no le importa, ella sigue insistiendo con unos ojos que parecen hipnotizados. Ahora, la mirada clavada en la visera negra del objetivo, y sigue trasmitiendo su fuerza a la noticia a través de la voz hasta que termina la conexión. Es en ese momento cuando baja la mirada y repasa todo lo que lleva anotado en un cuaderno cuadriculado, como los que hace poco llevaba en la facultad, comprueba que ha dicho todo, y mueve la cabeza afirmativamente. Se la ve concentrada y esforzada en su trabajo. «Muy bien, chica, como te llames». El resto del equipo, jóvenes de pantalón ancho, caído, y pelo largo algo enmarañado, recogen en silencio y con cuidado todo el material. «Bravo por vosotros, un trabajo bien echo». Me alegro.