sábado, 13 de septiembre de 2008

8: JOVENES, ¿CÓMO LO VAIS A HACER?


El Monasterio, convertido en Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, está solo. En las salas de exposiciones, un empleado en la entrada, y alguno más que se ve de vez en cuando. No os voy a hablar de este “arte”, tengo los folletos, los “artistas”, repasé todas las salas y pregunté a una joven empleada a cargo de una de ellas.



─ ¿Cuál es el comentario que se suele repetir más cuando el público visita esta sala? ─parece que no comprende la pregunta─ si ¿suelen utilizar, por ejemplo, algún adjetivo calificativo?

Lo piensa y me termina contestando.

─ No, no dicen nada.

─ ¿Ni una sonrisa?

─ No, más bien salen serios.

─ Entonces, ¿cómo si fuera el museo de los mudos?

─ Sí, algo así ─me responde riéndose.

Pero como ustedes ven que este relato esta acompañado de fotografías de aficionado, o sea mías, sin ningún arte, solo para que vean lo que vi y lo que escribo, pues voy a hacer una breve mención a una de las exposiciones que bajo el titulo “Accionismo Vienés” exponen alguna pintura y sobre todo fotografías, no instantáneas de esas en las que el arte radica en captar esa décima de segundo en la que confluyen situaciones, personajes, y condiciones perfectas de luz; no, son fotografías de estudio, pero sin ninguna preocupación por la iluminación o las formas, con la persona impregnada y porteadora, por ejemplo, de vísceras de cualquier animal. El mal gusto de las imágenes es lo general por lo que se busca lo particular, el negocio, el hacer algo distinto por lo que te paguen, y el producto de esta gente, lo que venden, es la provocación.

Ya ve, señor Melero, como van las cosas de algunos fotógrafos.

Y les debe ir bien, no os expongo aquí una fotografía en concreto porque no me dejaban fotografiar dentro, y yo acato las normas, pero lo vais a comprender. Una imagen recoge el día de la inauguración de la exposición fotográfica, en Viena o donde fuera; hay un animal colgado en el centro, sujetas sus cuatro extremidades por una estructura en forma de “X”, desollado y abierto en canal; las paredes, impregnadas de chorreones, se supone que de sangre, y delante del animal, el “artista”, vestido pulcramente con chaqueta y corbata bien asimiladas, como todos los colegas que han ido a la inauguración que están vestidos de forma similar, además de alegres, de lo más feliz, y brindando con champán por el éxito que están teniendo. Menuda contradicción la imagen del pobre animal y del otro animal humano. La estoy recordando y por el champán vuelvo a pensar en el chín-chin. «Así que también vosotros, “artistas”, genios, queréis vivir de la sopa boba del presupuesto». Pero el presupuesto va engordando cada vez más, y ¿quién lo paga?

Me voy, me largo, voy a tener un mal día, lo presiento, bueno, más que presentirlo es que está cantado. Solo la visión del Monasterio de la Cartuja, cuando lo dejo atrás, me recupera algo.

Voy circulando con el coche, un semáforo, me paro. Detrás, una furgoneta y una chica joven al volante, la veo por el retrovisor, el pelo recogido atrás, aspecto de resuelta. La mujer poco a poco se va atreviendo con todo, sin complejos, constante, cogiendo posición en una igualdad necesaria y merecida.

Y va por la Torreón y por todas las mujeres que trabajaron en la Uni.

A la derecha está Torre Triana, en el hotel me han dicho que desde arriba puedo sacar buenas fotos y que no debe de haber problema para subir. Son algo más de las dos de la tarde, estoy aparcado en doble fila, detrás de un Audi 6 negro, hay gran cantidad de personal de seguridad metidos todos en un amplio, pero como son muchos, estrecho habitáculo, estoy pensando en la hora, si habrá problema y del tiempo que dispongo, y me veo venir al político de turno –bueno, en este caso de siempre porque no sé cuánto tiempo llevo viendo su cara por los medios de comunicación– hacia donde yo estoy; del Audi de delante se baja el que está en el lado del copiloto y le abre la puerta al Consejero.

Me voy, me voy, mal día, seguro. Antonio, ve con cuidado.

Paso por el puente atirantado con forma de arpa y, a través de la SE-30, pronto conecto con la A-92. Hay que ver cómo se presentan, interrelacionan y conjunta las cosas.

A los lejos veo unas canteras y me acuerdo de Estepa, y de que allí hay un restaurante del que me han hablado muy bien: El Balcón de Andalucía. No tiene pérdida, sales de la autovía en la primera ocasión que el cartel te anuncia el pueblo, y en la carretera que se adentra, allí está, a la izquierda, son las 15:20.

El restaurante tiene un tamaño mediano, acogedor, y en una esquina al lado de un ventanal hay una mesa libre, le digo al camarero que me acompaña que allí, y de inmediato comprendo el porqué del nombre del negocio; veo a lo lejos la larga línea de Sierra Morena, elevada en el horizonte. «Por allí debe de estar Córdoba», pienso.

Antonio, suerte en tu nueva iniciativa.

El servicio es rápido, la carta de primera y a buen precio. Respiro profundamente y me relajo mirando el paisaje de la campiña. En una pared del restaurante que me queda en frente han colocado ladrillos de Velez, puestos de canto que llegan a formar tres marcos, la parte superior esta rematada en forma de arco, y el del centro es más grande.

Sus formas me traen a la memoria las hornacinas del patio de la iglesia de San Antonio Abad, y tampoco puedo evitar acordarme de San Judas, la más pequeña de las imágenes, porque aquí, en la del centro, la más grande, lo que hay es una imagen del la torre de una de las iglesias del pueblo, acompañada a ambos lados, en los otros dos marcos-hornacinas por una gran cantidad de botellas de vino, dentro del hueco que se forma han dispuesto un botellero.

Estoy pensando en todo esto, y de pronto escucho un golpe que me sobresalta. En la mesa paralela a la que estoy sentado, un hombre de cierta edad, cercano a los sesenta, ha golpeado con el puño la mesa, tiene el gesto bravo; frente a él dos jóvenes de unos treinta y tantos años, y uno de ellos se le parece, «debe ser el hijo», asienten mientras escuchan los comentarios del que parece que manda allí. Me fijo en él, en el buen reloj, en la Mont Blanc que lleva en el bolsillo de la camisa; habla de negocios, su actitud es seria y expone con decisión. Reparo en el murmullo de voces masculinas que me rodean, no me he dado cuenta hasta ahora ¡todos los que estamos allí somos hombres!, sólo una mujer, y es la camarera del restaurante. Estoy dándole vueltas al tema y las conversaciones de las mesas cercanas me inundan, son similares todas, hablan de contratos, de adjudicaciones, de que solo hay un problemilla…

Jóvenes, el beneficio y la tortilla es para el que tiene ya la posición, la conexión; hay ya demasiados cines, grandes superficies, ferreterías y demás negocios que los que vivimos en este país podamos necesitar, bueno, siempre puedes poner un bar de copas, un restaurante, lo que siempre se pone en España cuando se agota la imaginación. Así que ¿cómo lo vais a hacer?, con vuestros estudios y carreras a punto de terminar, o en cualquier caso, llegando a esa edad que ya da cosa pedirle al padre o a la madre para salir, una cerveza, el cine… . Qué expectativas hay ante un futuro en crisis y donde las posiciones ganadoras están ya cogidas. ¿Trabajos de muchas horas por pocos euros detrás de una barra donde le tenéis que preguntar al cliente el nombre porque así lo dice el marketing de la empresa que hay que hacerlo, sin ganas, aburridos, un día igual al otro atado allí detrás y sin expectativas?, ¿becarios en una televisión aprendiendo y buscando un hueco que, sin padrino político, es casi imposible porque todas están tomadas por ellos?, o pluriempleado, los dos a una, intentando llegar a ser mil euristas para poder pagar la hipoteca durante cuarenta años.

Las cosas no os vienen fáciles, chavales –y chavalas–. Si vuestro padre no tiene una empresa que podáis heredar, os las vais a tener que ingeniar porque todos no podéis ser funcionarios, además, seguro que tampoco os atrae mucho la idea, o igual sí. En cualquier caso, la mayoría de vosotros sois capaces, qué digo, todos sois capaces si os lo proponéis; ¿que cómo?, ¡yo qué sé!; cada uno de vosotros sois distintos, con características muy diferentes; pero todos tenéis ojos, abridlos, poned atención, imaginación, que el mundo os entre hasta por los poros de la piel; pintad estrellas de colores aunque luego se vuelvan fugaces; inventaros el mundo, el futuro, y llegará el día en que podáis hacer esa música increíble que aquel joven de Sevilla obtenía de aquel ovni metálico, y cuando se acerque el banquero, el alcalde, o cualquiera con la posición ya ganada e intente tocarlo como lo haces tú, no conseguirá sacar ni un solo acorde, y ahí sabrás que todos esos esfuerzos continuos, poco a poco y mantenidos durante tanto tiempo, están comenzando a dar sus frutos; y a partir de ahí, amigos, el futuro comenzará a ser vuestro. Así ha sido siempre y lo seguirá siendo cuando les toque a vuestros hijos a su vez.

He comido bien, mientras tomo pequeños sorbos de café, en una servilleta de papel, hago un breve guión recordatorio de lo que ha sido este día y medio de viaje de mi vida, fuera de las horas de trabajo, unas líneas que repaso mientras me traen la vuelta de la cuenta que acabo de pagar.

Salgo a la calle, respiro tranquilo y satisfecho, monto en el coche y voy circulando despacio mientras atravieso Estepa, y por la derecha me sale una furgoneta acristalada y con prisas. Ella tiene un ceda el paso, digo ella porque es una mujer joven y conduce como algunas de ellas, ha clavado el vehículo a la altura del triángulo invertido con bote y calado incluido. Sí, está claro que tiene prisa, por el cristal que queda detrás de la conductora veo una cabecilla, me espero, ella consigue arrancar, me toca el claxon un Mercedes-Benz todo terreno que tengo detrás, miro por el retrovisor y veo que es el hombre de la Mont Blanc que desde su alta posición, me hace aspavientos con la mano; lo ignoro a propósito y yo a su vez le hago una indicación a la mujer para que pase. «Usted primero, por favor». Apenas me ha mirado, está nerviosa y agitada, pero me ha interpretado perfectamente. Me lanza un breve saludo con la mano y sin mirarme -sus ojos están pendientes de que no vaya a salir nadie detrás de mí-, se mueve la furgoneta un poco y puedo ver mejor a la niña que va detrás, pelo largo y rizado, moreno, se gira y me mira desde detrás de unas gafas de pasta y colores. Miro el reloj, las 5:05, pienso que la acaba de recoger del colegio y que esta madre va con su contrarreloj diaria. Y es entonces cuando aquella niña, que no ha dejado de mirarme, me sonríe.

FIN

P.D.: “A Antonio, al principio, cuando lo veía, parecía que era un pijo, pero después te das cuenta de que no, que es amigo de sus amigos, y que es un tío cojonudo…”.

Y va por ti, Tito, que tanto me aguantaste y tanto me apreciaste. Y por ti, Padre Nemesio, y por ti, y por ti, y por ti, y también por ti, que me distes el sermón de la escalera cada uno de los años que estuve allí. Y por ti compañero de Juan de Mena, Gran Capitan, San Alberto y Luis de Góngora. Y va por los que me crucé en los pasillos, en el autobús, en el cine de la Uni y que eran de San Rafael o San Álvaro, colegios en los que nunca estuve. Y va por ti que estuviste antes que yo en la Laboral y la dejaste perfecta para que pudieran estar allí los que después llegamos. Y va por ti que viniste después de que yo me marchara. Y va por ti, compañero, maestro, hermano, amigo…; y va por todos, y a todos... yo os saludo.


FIN